3.31.2012

Las cosas se van, giran, vuelven y te dicen: ¡Quítate de mi camino hijo de puta!

Titubeantes como sombras en el viento, palideciendo igual que velas en el amanecer. Volátiles, fugaces, inquietantes. Rodeándome con su ancestral canto. Y allí estaba yo, meciéndome al ritmo lento de su incesante compás. Observándolas, fascinado, como quien observa a lo más bello del mundo. Paralizado ante su gran poder, ante su fuerza, ante su vida.

Y allí estaba yo, adaptándome a su extraña danza. Dejándome llevar por los impulsos que dominan mi vida;, un que hacer eterno, dejarme llevar. Sí, sin más, como la medusa desplazada por las corrientes, frágil, así estaba yo.

Callaron. 

Y allí estaba yo, anhelante, ahogado, paralizado ante la oscuridad que se cernía sobre mi alma, sordo, ante el impasible silencio.

Y de repente, volvieron como si nada hubiera ocurrido, como si de nuevo, como si por un sencillo instante, pudiera volver al pasado. Para tocarlo, para sentirlo, aún sabiendo que está vez, aunque esas extrañas y preciosas criaturas, se moviesen de forma idéntica, que cantaran la misma música y que me hipnotizasen de una manera mágica y caliente. A pesar de todo eso sabía que algo iba mal.

Sudor, sed, malestar, mareos, cefaleas, presión toráfica, hemorragias, dolor occipital, convulsiones.

Lo noté, los ojos se cerraban, me moría . Me moría lentamente, como a quien se le arrebata el alma. Un preso esperando su hora final. Mirando anhelante la pared que ahora era mi hogar y rezando, para que el próximo día no fuese último.

Y ali estaba yo, ahorcado, en mi propia imaginación. Surcando los mares que con un barco a la deriva intentando naufragar cerca de la costa, inundado por el terremoto marino.

Y sin más, caí.

Y mientras volaba en la nada, mientras era tragado por el tiempo, me acordé de ti.

Pero tú, tú ya no estabas allí.



La cajas siguen siendo cajas, aunque las pintes de colores.

Que bello se vislumbra el ocaso desde la botella de cristal,
tan intenso como un amanecer entre los fríos barrotes,
todos somos presos en el juego de esta amarga libertad,
donde guardamos los impulsos dentro de pulcros cajones.

Y yo ahora te pregunto, pequeño hombre de papel,
si pudieras volver a ver el velo de la muerte,
y darle calor entre tu, ya, tensa y fría piel,
¿Hubieses cambiado de parecer, o aceptarías,
                                                                            sumiso,
                                                                                            la misma suerte?

                                                   

Las tres preguntas de la noche; así, si, soy un BEAT, encantado nena.

En ese horrible momento de la noche en el que en el mismo segundo se colapsan tres incógnitas: "¿Qué hora es? ¿Dónde estoy? ¿Dónde he metido mis porros?" Es cuando debes pensar en irte a tu casa, porque misteriosamente el reloj se ha parado, la canción lleva sonando durante tres minutos, tres horas o tres días y el portero está pensando en llamar a servicios sociales. Es durante ese romántico y místico momento donde dices en voz alta ¡Aquí tenéis un puto beat, joder! (y nadie, pero que nadie, te entiende).



Y cuando las cloacas se inunden y rebosen sus pestilentes hedores,
la costra que inunda esta inmunda ciudad quedará fragmentada,
y más vale que corráis entre las sombras de los callejones,
o el fuego de esta noche os dejará el alba helada.

3.30.2012

Esper(m)a,un momento.

Me pidió perdón. Y se creía que lo había solucionado todo. Lo entiendo. Yo a veces también lo pienso. También a veces pido las cosas por favor ,pero no funciona por inercia. ¡Es lógico!

Luego me dijo que odiaba todo lo que alcanzaba a recordar junto a mí. Entonces resultó que debía ser yo el que tenía que disculparse. Y por ahí sí que no paso.

Prefiero pedir perdón que pedir permiso. Vale. Pero después de correrse, ella se fumaba un cigarro conmigo y me quería. Así que ya no valen de nada los arrepentimientos. Se ha quedado con lo más útil de mis adentros en sus adentros. Y yo con sus orgasmos, que no llegaban a ser míos, pues se escapaban por la ventana todas las mañanas cuando abríamos para ventilar la habitación.

Cacas-trofe.

- Cuando tenga las fuerzas suficientes para mandarte a tomar por el culo,lo haré. Pero ahora,¿puedo por detrás?
- Ni lo sueñes.
- ¡A tomar por culo!

3.29.2012

La más clara señal de toda la noche.

Tenía que haberme ido a casa cuando ese perro verde empezó a babear LSD. No era, ni por asomo, el hecho de que ese perro fuera verde, pues eso carecía de importancia en eso preciso instante, la señal que trataba de anunciar mi despedida. Tampoco el responsable de mi funesta impresión de la situación era el ácido liségico que brotaba de sus fauces y caía espeso para luego burbujear sensualmente en el suelo. No eran estos los motivos extraños de aquel momento, era pues su combinación, ya que, su presencia en el interior de mi cerebro por separados resultaba ínfima. Lo realmente oscuro era el hecho de que los dos estuvieran unidos, en perfecta conjunción, tan cerca de donde yo me encontraba, en tal desdichada situación, una noche tan intensa como esa. Era por ello, quizás, su unión el único signo que llevaba la palabra "esfúmate" con letras rojas y brillantes marcadas con prisa y sin cuidado en su cuerpo canino. En efecto, debí irme, pero eso, eso no tiene nada que ver con ese perro, así que supongo eso es otra historia. Si hubiese aparecido un perro naranja las cosas hubieran sido diferentes, ¡Por Dios, ojalá hubiera aparecido un perro naranja! Porque en ese caso, Dios, en ese caso claro que me hubiera ido.


Razón extrema y dura.

3.28.2012

El tiempo. ¡Qué original!

Si bien este fuera nuestro único inconveniente para sonreir,habría una solución al respecto. Puesto que no lo es, no sé de qué coño me preocupo, pero es que la pasividad hiperactiva que da de comer a los días se me hace demasiado pesada.

Tiene solución,sí que la tiene.

El tiempo,como lo conocemos nosotros,no es más que el simple bailecillo rítmico con el que nos aburren las agujas del reloj.

Para mí, el tiempo no es más que el tiempo en el que pienso cómo aprovechar el tiempo que me queda.
Pero yo no uso reloj. Bueno, tengo un viejo reloj, ya parado, que lo pongo en la hora que me gustaría que fuese. Lo suelo cambiar cuando lo miro y pienso: - ¡Joder, qué bien! ¡No pasa el tiempo!- e inmediatamente me pongo a jugar con el que se supone es el cajón de los momentos, los instantes, el culpable de la evolución, y todas esas cosas que sólo deidades podrían toquetear...el tiempo. Vaya mierda.

Pero,si se supone que el tiempo depende de un reloj,y mi reloj se estropea, ¿Hasta qué punto el tiempo sigue corriendo, como hace siempre, a una velocidad desorbitada? ¿No puedo aprovechar su frenada para sacarle una pequeña ventaja? ¿No podría,quizá,aprovechar y darle caza a mi tiempo ahora que está débil y desprotegido?

El tiempo; el reloj...Eso es mentira.
Mi reloj; mi tiempo...Eso está mejor.
Mi tiempo; mi vida. Eso sería perfecto.
El tic-tac dicta,dijo un sabio un día.

La dificultad reside en los prejuicios.

Lo más difícil de hacer, aunque parezca increíble, es leer. Para leer debes entender lo que está escrito. Sabes a lo que me refiero, debes rumiarlo, analizarlo, degustarlo y transformarlo en una energía pura e imperecedera. Debe de estar almacenado, colocado en un lugar específico, para así poder acceder a esos recuerdos en el momento necesario. No es tan simple como mirar las palabras fugaces mientras divagas en las redes de tu mente. No, claro que no. No es tan simple como eso, ojala lo fuera, sí.  Puede parecer que leer es más fácil que escribir, pero eso es solo un prejuicio perpetuado durante años. La batalla entre el escritor el papel es una de las más temibles presenciadas en la Historia, es cierto. Es algo místico, cuasi religioso, una incesante lucha entre dos púgiles seminoqueados, que necesitan una fuerza interior desgarradora para continuar la batalla, pero no es más que eso. Una fuerza, una paciencia innata, algo demasiado banal, pues la única dificultad de dicha pelea consiste en poseer constancia y tiempo. Es por ello que carece de dificultad, puedes hacer mil cosas a la vez que escribes, puedes estar hablando con alguien, ver una película y comer cualquier cosa mientras dejas que los dedos golpeen incesantes las teclas, o dominen con arte el bolígrafo, para llenar de magia la lápida taciturna que se entrevé en el folio o en la pantalla cristalina. 


Esos locos años.

Te despiertas tendido en el suelo. En la cajetilla solo queda un cigarro, está doblado: casi roto. Primera tensión dramática, esperas que contenga todo el tabaco que necesitas. Buscas el mechero por todas partes, primero un bolso, luego el otro, la camisa, todo. Finalmente lo encuentras a varios centímetros de tu pierna izquierda. Tumbado en el suelo das una larga calada, ¿Donde estás? ¿Qué hora es? ¿Qué día es?, te preguntas. Miras arriba y abajo, te levantas, palpas el suelo en busca de un apoyo firme y avanzas dando traspiés hasta una pared blanca en la que yace colgando un viejo calendario, te acercas, en letras rojas y grandes está escrito: ¡BIENVENIDO A LOS 70s!


Soldados de la paz en las guerras del odio.

Alguien les dijo que tan solo con llegar al final de la carrera su pesada carga se haría más llevadera, nada más lejos de la verdad. Algunos llegaron y desfallecieron, otros ni siquiera llegaron, algunos, los más ágiles, consiguieron colocar la bandera con la insignia de su país en algún recóndito montón de mierda de ese lugar para que la gente que estaba en sus casas creyera que esa tierra les pertenecía por la fuerza y respiraran tranquilos el humo que producía el repiqueteo de las llamas sobre la madera seca dentro de la chimenea.