3.29.2012

La más clara señal de toda la noche.

Tenía que haberme ido a casa cuando ese perro verde empezó a babear LSD. No era, ni por asomo, el hecho de que ese perro fuera verde, pues eso carecía de importancia en eso preciso instante, la señal que trataba de anunciar mi despedida. Tampoco el responsable de mi funesta impresión de la situación era el ácido liségico que brotaba de sus fauces y caía espeso para luego burbujear sensualmente en el suelo. No eran estos los motivos extraños de aquel momento, era pues su combinación, ya que, su presencia en el interior de mi cerebro por separados resultaba ínfima. Lo realmente oscuro era el hecho de que los dos estuvieran unidos, en perfecta conjunción, tan cerca de donde yo me encontraba, en tal desdichada situación, una noche tan intensa como esa. Era por ello, quizás, su unión el único signo que llevaba la palabra "esfúmate" con letras rojas y brillantes marcadas con prisa y sin cuidado en su cuerpo canino. En efecto, debí irme, pero eso, eso no tiene nada que ver con ese perro, así que supongo eso es otra historia. Si hubiese aparecido un perro naranja las cosas hubieran sido diferentes, ¡Por Dios, ojalá hubiera aparecido un perro naranja! Porque en ese caso, Dios, en ese caso claro que me hubiera ido.


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