3.28.2012

La dificultad reside en los prejuicios.

Lo más difícil de hacer, aunque parezca increíble, es leer. Para leer debes entender lo que está escrito. Sabes a lo que me refiero, debes rumiarlo, analizarlo, degustarlo y transformarlo en una energía pura e imperecedera. Debe de estar almacenado, colocado en un lugar específico, para así poder acceder a esos recuerdos en el momento necesario. No es tan simple como mirar las palabras fugaces mientras divagas en las redes de tu mente. No, claro que no. No es tan simple como eso, ojala lo fuera, sí.  Puede parecer que leer es más fácil que escribir, pero eso es solo un prejuicio perpetuado durante años. La batalla entre el escritor el papel es una de las más temibles presenciadas en la Historia, es cierto. Es algo místico, cuasi religioso, una incesante lucha entre dos púgiles seminoqueados, que necesitan una fuerza interior desgarradora para continuar la batalla, pero no es más que eso. Una fuerza, una paciencia innata, algo demasiado banal, pues la única dificultad de dicha pelea consiste en poseer constancia y tiempo. Es por ello que carece de dificultad, puedes hacer mil cosas a la vez que escribes, puedes estar hablando con alguien, ver una película y comer cualquier cosa mientras dejas que los dedos golpeen incesantes las teclas, o dominen con arte el bolígrafo, para llenar de magia la lápida taciturna que se entrevé en el folio o en la pantalla cristalina. 


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