5.01.2012

Ensayo sobre la Ipsofilia y la soledad.

No quiero salir de mi tumba de cristal. Este lugar es mi casa, mi refugio contra el mundo. Es el lugar donde la noche se apaga y los días se vuelven grises ¡Oh impasibilidad, reina del tiempo! El cobijo del ermitaño que ansió el mundo y ni probo la tierra más allá de su guarida. Tan brillante, tan cegador. Un bello palacio de cristal, un arte sutil cubierto de las más dulces y sabrosas filigranas. Pero a la par tan oscuro, tan inmensamente taciturno que la sola presencia ante una de estas paredes dejaría al más romántico de los hombres postrado ante la crueldad de la vida. Y sin embargo me protegen, me duermen con su parsimonia. Y sueño, sueño que estoy fuera de este lugar y me asusto. Sueño que estoy en la intemperie y las quimeras me rodean, esas sombras sin un rostro humano que las abale. No. Sombras oscuras y acechantes, el brillo de un cuchillo en una cálida noche del mayor de los inviernos. Y me despierto sudando, sudando como si el mundo estuviera a punto de acabarse y ahí estoy yo, tirado, en la inmensidad de la nada, dentro de mi tumba de cristal. Grito con fuerza y nadie me oye, el silencio me golpea a cada palabra. Claudico ante el cristal, mi alma se desmorona a pasos agigantados y entonces veo mi sombra reflejada en el vidrio. Ya no estoy solo, tengo a alguien que jamás me hará daño.


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