5.08.2012

Quietud.

El coche arranca,
ha empezado a llover.
Cae el agua, aburrido
rumor de pequeñas explosiones
contra los cristales y entonces
iPLUF!
Ahí está ella, ínfima gota,
en el cristal de la ventanilla.
¿Cómo he acabado aquí?

Mira a su alrededor, perdida,
¿dónde estoy?
El vídrio se antoja frío,
y empieza a resbalar lentamente.
Cierra sus ojos húmedos...

Pasan carteles, cruces, ciudades,
minutos, muchos minutos y
tan poco tiempo el suyo.
¿Quiénes son todas estas?
Se parecen a mí, pero no
son iguales, no lo son.
Hace una hora estaba
allí arriba, tumulto
de nubes y truenos y
cómo no,
la gran exaltación de la caída,
el triple salto mortal.
Pero ya no, ya no,
todo aquello parece muy lejano
y esta insulsa paz hiela
su aguada sangre.

Sigue poco a poce descendiendo
por la lisa pared,
el coche acelera un poco más
y mira a los ocupantes por primera vez.
Grita, golpea la superficie
pero ya es tarde...
Se ha parado, ya no cae,
el coche no frena su marcha.

Creo que es una bonita manera
de decir que estoy inmóvil.
pero el mundo no,
y parece no saberlo.

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