6.19.2012

Prosopagnosia.

Qué bonito fue ver que mi enfermedad tenía nombre. Siempre pensé que se llamaba memoria de pez,o que se debía a un problema de dioptrías que me impedía reconocer y recordar las caras de todos los 'todos' y todos los ' nadies' que me había cruzado en mi vida sin valor alguno. No mi vida. Mi vida tiene un valor que no diré jamás,porque hay mucho cabrón suelto,y todos tenemos un precio. Lo que no tiene valor alguno es el encuentro con esos rostros borrosos y difuminados. No tienen valor porque se presentan así. Sin relleno. Es como si compras una funda para la almohada. Si no la rellenas con la almohada en sí. ¿Qué más da que parezca una almohada por fuera,si por dentro no lo es?
No sé si me explico,aunque tampoco me apetece esforzarme demasiado.
Ha habido mucho tiempo en el que ni yo mismo llegado a reconocerme ante un espejo. No me he planteado nunca el vampirismo porque a mí todos esos rollos crepusculares como que me la han sudado siempre mucho. Pensaba que eran espejos de categoría y que yo quizá era demasiado feo para ellos...
Y no estaba muy equivocado. La cara era la de siempre,pero no el gesto. Y es ahí,en el gesto de tu cara,donde está el rostro del alma. Ese rostro que jamás hizo reflejo en mi cerebro y que jamás curará mi enfermedad,pues nunca jamás se ha dignado a darme la cara. A mí,a su propio dueño.

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