4.23.2012

F-Raticidio - Capítulo uno

Las cañerías oxidadas rezumaban un hedor ponzoñoso, la música burbujeante producida  por los vertidos residuales al filtrarse entre los organismos medio descompuestos que pululaban por las alcantarillas, así como los pequeños microbios y bacterias que encontraban en la muerte su vida, regocijándose entre la putrefacción, dotaban a ese lugar de un encanto especial. Un encanto único, la cuna de la vida formada por los desechos humanos, un paisaje fascinante para aquél que sabe donde mirar.

Debía de ser un día de verano, pues el intenso calor de las cañearías subterráneas había conseguido evaporar parte del agua que conducía la basura urbana  y trozos de materia varada daban de comer a toda una colección de animales.  En un período tan intenso y lleno de alimento nacen seis ratas, pero solo una, la quinta, es capaz de sobrevivir. El resto muere poco tiempo después de deleitarse con la humedad oscuridad y de inhalar los vapores de lo que podía haber sido su nuevo hogar.

Así pues, como único heredero de su estirpe en las cloacas, al menos hasta que la nueva remesa estuviese lista, se dispuso a deambular entre las estrechas calles de piedra y metal. Sin embargo, no era consciente de nada de esto, no sabía pues que tenía hermanos, o que pudo haberlos tenido, ni que era el único hijo vivo de su madre. Esto no interfería para nada en su vida, simplemente de desplazaba con el afán de un aventurero, descubriendo miles de cosas nuevas cada día. Desgraciadamente no sabía interpretarlas, por lo que las catalogaba dentro de dos extremos: Dolor y placer. Esto le llevo en su edad adulta a evitar la tercera cañería, después de la sexta esquina de la tercera calle desde la alcantarilla base: lugar en el que dormía y trasportaba su comida. En el susodicho tubo de metal hubo meses atrás una inundación donde fallecieron sin un ínfimo gramo de piedad unos cuantos de sus vecinos y donde 5º casi perdió la vida.


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