4.02.2012

Quintajackl

Jack no se había movido ni un ápice desde mi última visita. Seguía allí, con esa expresión fría y tajante en su cara, con sus ojos carentes de emoción, inexpresivos, duros. Tenía los músculos tensos, los puños cerrados y las mandíbulas fuertemente apretadas, haciendo un estridente ruido con los dientes cada segundo. Me miró, temblé, me deshice como hielo ante su oscura mirada. Le saludé con un susurro titubeante, apenas audible, mientras intentaba, a duras penas no temblar, no salir corriendo de nuevo. No huir, como acostumbraba hacer. Pensé que no vendrías, hace tiempo que no te veo, cobarde, me dijo sin mover los labios, como un muñeco de guiñol. La conexión se realizaba de su mente a la miá, sin intermediarios, solo él y yo, sólo mi cabeza y la suya. Estaba realmente asustado, él lo sabía. Tragué saliva. Sí, esto, he estado ocupado ¿sabes?, dije con los nervios a flor de piel, y las circunstancias no acompañan demasiado. Se rió de mi, me llamo miserable, dijo que no tenía talento, que dejara de desperdiciar mis visitas con él, no ahora al menos, no en este preciso instante. Su voz iba tornándose cada vez más oscura, mas cavernosa, el maldito eco de sus palabras en mi cabeza me estaban dejando sordo.

Noté el corazón en mi pecho golpeando fuertemente contra mi esternón, necesitaba más oxígeno. Jack sonrío, la maldita primera emoción de su apático rostro, estaba feliz, porque yo estaba sufriendo. Se acerco a mi corriendo, tardo décimas en llegar hasta en mi lecho de muerte, y yo, de rodillas, suplicante, ahogado y me dijo al oído, con palabras claras, puras y limpias. ¿Acaso he de hacer lo de siempre, debo condenarte para lograr ser lo que siempre he sido, para volver a ser quién soy y no ser en lo que me has convertido? Con todas mis ganas intenté responderle, no podía pensar, era una sensación horrible. La habitación empezó a desmoronarse, mis ropas antaño sedosas se tornaron a piezas metálicas, robustas y oxidadas, en mi cara se vislumbraron las primeras heridas, mis ojos se apagaron.

Apenas me dio tiempo a mirar a mi alrededor, y entonces lo vi, estábamos en un gran bosque, verde, hermoso, y Jack estaba allí, sólo, como siempre, encima de un tronco viejo, escribiendo, sonriendo. Delgado, tranquilo, vivaz y feliz. Y allí estaba yo ahora, interpretando su papel, encerrado en mi ataúd de ideas , con una voz dulce y melódica me grito: ¡Amigo! Te dije que no se podía ansiar todo. Y en su gran apogeo, yo me hundí en la ciénaga que anteriormente había sido su hogar.






No hay comentarios:

Publicar un comentario