4.02.2012

¡No son molinos mi señor, son Gigantes!

Desde luego, debería haber imaginado que está misión iba a finalizar como las anteriores, en un tremendo y frustrado desasosiego, pero no me resignaré tan fácilmente. Hará unos meses que emprendí esta empresa, sin razón alguna; sólo por el hecho instintivo e irracional de hacerlo. El mundo se paralizó ante mí, me sentí Dios. Respiré ácido con olor a rosas y probé los tactos más fríos y duros de las manos más tibias y carnosas. Sonreí durante un largo periodo de tiempo y me adentré por las selvas oscuras del misterio y del oportunismo. Poco a poco, iba avanzando, las dificultades cada vez eran mayores. El corazón me taladraba el pecho; pum, pum. El cerebro me susurraba que abandonara, que la razón por la cual mi cuerpo se encomendaba a la oscuridad no era otro más que la pura irracionalidad. Los músculos se tensaban, haciendo que el cuerpo resultará más pesado y tedioso de mover... Sin embargo, había una chispa, ínfima, pero visible a mis ojos: La chispa de la determinación; de la superación. La chispa que se puede observar cuando alguien sabe que hará lo imposible y no parará hasta saborear su triunfo. Desde ese día sólo me centré en mi misiva, dejando a Dios y su dudosa existencia, a cargo de mi supervisión desde la salida del sol, al ocaso de los tiempos. Y, si algún día, si algún día alguien me viera flaquear o bajar la cabeza, si alguien me viese alguna vez con la intención de rendirme, sólo deseo que éste me mande una señal. Una señal que me diga que me estoy fallando a mi mismo, que estoy fallando a mi tarea, porque mi encrucijada, lo único realmente mío, será completada y vosotros seréis testigos.




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