La idea de emigrar a las montañas no surgió de pronto; fue gestándose en mi cabeza según desarrollaba mi alergia hacia los seres humanos del planeta. Todo empezó con un pequeño picor en la parte superior del tabique derecho, y como suele pasar en estos casos, la enfermedad no tardo en aflorar y llegar a desembocar en una repulsión hacia todos los individuos con los que compartía escena en este mundo de atrezzo. Típicas conversaciones impuestas, palmadas en la espalda no merecidas, un beso en cada mejilla. ¿Educación o hipocresía? .
Lo que realmente más de desgradaba de la población en general (y de las personas a nivel individual) solía ser la estupidez en la que muchos se regocijaban y la extrema apología que de ella hacían. Sin obviar, claro está, las tediosas conversaciones interpersonales que exaltaban a cualquiera que tratara de analizarlas desde un punto de vista objetivo.
En realidad, siempre supe que el motivo principal de mi huida había sido la necesidad patológica de no intervenir en las relaciones humanas a ningún precio. Recuerdo cuando echaba de menos estar solo y la mera idea de interactuar con cualquier individuo u objeto me hacía vibrar de horror. Supongo que al menos, mi deber, era decirle esto a alguien porque supongo que yo también fui, soy y seré un hipócrita.
En realidad, siempre supe que el motivo principal de mi huida había sido la necesidad patológica de no intervenir en las relaciones humanas a ningún precio. Recuerdo cuando echaba de menos estar solo y la mera idea de interactuar con cualquier individuo u objeto me hacía vibrar de horror. Supongo que al menos, mi deber, era decirle esto a alguien porque supongo que yo también fui, soy y seré un hipócrita.
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