4.02.2012

Hay que follarse a las mentes.


La fragmentación mental con tintes esquizoide no es más que una ceremonia de locura transitoria, un efímero parpadeo de quimeras. Utopías pintarrajeadas en las letrinas de un baño de mala muerte en la quinta avenida de no sé qué ciudad. La literatura, por tanto, no es más que una acumulación de sucesos examinados exhaustivamente por un cerebro especializado en razonamiento de ideas. Podría decirse, en un lenguaje llano, que somos hombres discutiendo con dioses, somos sombras titubeantes. No es algo extraño, por tanto, que nos ensimismemos, que palpemos nuestras paranoias en la oscuridad que no logra alcanzar la luz del flexo. 

Somos idénticos, al menos la mayoría, a nuestros queridos antecesores literarios y diferentes a todos los demás humanos. Me refiero, pues, a que no buscamos dar una explicación racional a las cosas, pues normalmente ya las conocemos, si no a narrar tales sucesos con nuestro humilde punto de vista; como han hecho los escritores desde siempre. No somos científicos, no posemos una destreza mental suficiente para comprender aspectos tales como la complejidad de los agujeros negros o de la teoría de cuerdas. El universo, la vida, el porqué de las cosas escapa a nuestro control, pero sabemos de algo: sabemos de nosotros mismos. De nuestra fuerza interior. De nuestros sentimientos. Del aislamiento que produce ir por una ciudad fría y nocturna de vuelta a casa. De mirar por la ventana y no ver más que lluvia. Del profundo desasosiego que provoca el infortunio del mañana... Sabemos, también, aprovechar los momentos de pasión, de amor, de felicidad. Sí, sabemos camuflarnos entre las más pequeñas rendijas que tiene nuestro pensamiento, deleitarnos y regocijarnos en nuestra soledad, en ese vacío impasible y tedioso a simple vista, pero cargado de las más impresionantes aventuras. Luchamos dependiendo de la suerte, sin un destino preestablecido, jugando en este juego sin conocer las reglas ni ansiar entenderlas.

Es por ello que escribimos, dibujamoslo que sea para hallarnos a nosotros mismos frente a una sociedad que nos deja ser libres. Algunos lo llaman odio ajeno, yo lo llamo amor propio. La cuestión es siempre la misma ¿Vale más ser víctima en silencio, que verdugo a toda voz? Porque, si no fuéramos víctimas no seriamos escritores, y sin escritura no habría vida. Vida, porque la vida nace del lenguaje, de las cosas y de las ideas. Las ideas están compuestas por palabras, al menos en el momento que intentamos comunicarnos con otros individuos. Las cosas son sólo cosas, pero sin entenderlas no son más que polvo: Las palabras, la escritura, son lo necesario para la comunicación a tiempo real; atemporal, para el mero hecho de enriquecer nuestra mente... ¿No es acaso increíble el poder del léxico, no es algo extraordinario? Hemos abandonado hace mucho el término de animales para convertirnos en seres racionales, entonces ¿Para qué cultivar nuestro cuerpo dejando atrás nuestro mejor órgano? Enriquezcámonos, señores, hagamos el amor con la mente, que es lo único que es realmente nuestro, lo único no modificable a simple vista.     




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